I
La sorpresa
Desempleado, sin un peso de la "cuantiosa" liquidación que me fue entregada por mis servicios (perdón, recuerdo que no hacía nada en ese lugar, eso alegaron. ¡Ja!), en septiembre de 2010 me enteré de la visita de Lady GaGa a México y eché un grito de emoción que se tornó en llanto puro, de esos que sueltas cuando mamá te quita el dulce de la boca o cuando, de pequeño también, te encuentras a la mitad de un pasillo del supermercado todo desubicado y perdido y desesperas porque mamá, papá o alguno de tus hermanos aparezca para que tu alma regrese a su lugar.
Después de mi crisis tuve que aceptar la frase que en muchas ocasiones me dijeron: "Debes entender que a veces no todo se puede en esta vida". Me lo repetía una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. "¡Woah! ¡Lady GaGa en México!", pensaba. "...Y con una de las giras más espectaculares y redituables de los últimos dos años", me seguía diciendo pa' mis adentros. Era algo que no podía creer, era algo que quería ver y no perder.
Sólo tenía una semana para conseguir la cantidad necesaria para poder asistir al "gran concierto". La verdad, preferí darme por vencido en esta ocasión y aprender de una vez la lección. Resignado, continué con el desarrollo de mi tesis, en lo que me ocupé durante los últimos cuatro meses del 2010, fue entonces cuando apareció en una ventana de conversación la pregunta: "¿Primo, irás al concierto de Lady GaGa?" (No así escrito, precisamente. Pero esa era la intención). Era mi prima Viridiana, quien me recordó que yo tenía que estar en ese concierto, que no podía perdérmelo.
Entonces recordé las mismas palabras en voz de mi amiga Betty un día antes del concierto de Britney Spears. Entonces recordé también que en 2002, el sábado 27 de julio, seis horas antes de la primera presentación en vivo de Spears en tierra azteca no tenía boleto, pero ya para las 20.30 de ese día ya estaba bien acomodado dentro del Foro Sol para ver a mi artista. (Cómo lo disfruté, y completito porque yo fui a la fecha no cancelada. ¡Oh, sí!) Después de este recuerdo la esperanza floreció, pero continué resignado, no había modo, no había manera, "¿con qué ojos?", pues.
A la pregunta que me hizo mi prima por el chat respondí que no, le expliqué la situación en la que me encontraba (y en la que aún me encuentro. ¡Jajajajaja!) y que más adelante habría otras oportunidades. Ella soltó: "Te presto mil pesos pero ve" (No así escrito, precisamente. Pero esa era la intención también). Primero, me quedé Speechless (sí, de veras. Así como la canción de GaGa), después dije que no y seguí así hasta que mi mamá y mi prima me convencieron. ¡Ya tenía mil pesos!
Ya para el lunes 6 de septiembre, que fue cuando salieron a la venta los boletos, recogí el dinero prestado y segundos antes de salir de casa para realizar la compra, mi mamá me entregó otros mil. Y, obvio, solté la lágrima. Y escribo "obvio" porque a estas alturas de la edad me he dado cuenta que una de las pocas cosas que sé hacer bien es llorar. Así fue que aparté mis lugares para el evento gaganesco. Ocho meses después de este momento brinqué, canté y grité.
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